La muerte como sustento
Cuarta entrega
Varios son
los empleos que hacen de la muerte un sustento de vida. Cuando alguien muere,
pasa por varias manos, que a su vez desempeñan un trabajo indispensable para
cumplir el proceso en el viaje hacia el “Más
Allá”: la elegancia de un difunto depende de un embalsamador; caer en las
tierras del camposanto no sería posible sin un sepulturero.
El toque final
Jorge desempeña la labor de embalsamador en una de las funerarias del
municipio de Ocotlán. Él se encarga
de detallar y arreglar a los difuntos tras su paso por la morgue. Desde hace
cuatro años se dedica a maquillar y dejar presentables a los cuerpos antes de
llegar a su último lugar de descanso.
Jorge afirma que de todos los empleos que ha tenido, éste ha sido su
favorito, a pesar de que hace algún tiempo temía incluso, acercarse a un ataúd.
“Era un trabajo que yo nunca imaginé hacerlo, nunca creí. Yo le tenía
mucho miedo a los muertos, yo no me acercaba a un ataúd. Empecé a trabajar en
esto, me gustó mucho, me agrada hacer mi trabajo. Yo creo que de los trabajos
que he tenido es el que más me ha agradado y lo seguiría haciendo. Me gusta
ayudar a las personas, el dejar su cuerpo estéticamente bien presentable”.
Explica
que embalsamar y maquillar cuerpos es un trabajo que realiza con mucho respeto
y que incluso ha arreglado a familiares. Personas de todas las edades han
pasado por sus manos y a todas ha detallado con el mayor cuidado, sin
embargo, declaró que sería insoportable para él, por cuestiones personales,
arreglar a un niño.
“Yo no pudiera, no me lo imagino el embalsamar a un niño de cinco años a
diez. He embalsamado a recién nacidos, de veinte días, pero sí me es muy
difícil un niño de cinco a diez, doce años. Me llegaría yo creo porque tengo
hijos”.
El
embalsamador relata que nunca le ha temido a la muerte a pesar de lidiar
ordinariamente con ella. Desempeñar su labor nunca le ha provocado trastornos
psicológicos y asegura que no ha tenido experiencias paranormales debido al
respeto con el que siempre ha trabajado.
El descenso
Desde hace
tres años, Sergio Antonio Lemus trabaja en el panteón municipal de Ocotlán como
sepulturero. Entierros, exhumaciones y limpieza de tumbas son sólo algunas de
sus funciones. Señala que al principio fue una labor difícil, pues sus días e
incluso sus sueños sólo reflejaban lápidas y cementerios, pero con el paso del
tiempo, convivir entre muertos se vuelve una actividad común.
“De pronto, cuando entras aquí sí te da un poco de cosa, de asco y eso,
pero ya con el tiempo empiezas a verlo como un oficio normal. Cuando entras aquí
sí tienes como una especie de rechazo porque sueñas mucho el cementerio, pero
te digo, con el tiempo se acostumbra uno. Los primeros meses cierras los ojos y
ves un montón de tumbas, te ves aquí adentro, te ves caminando por los
pasillos”.
Sergio Antonio cuenta que ha visto muchas cosas en el cementerio: figuras, sombras y
que ha llegado incluso a charlar con un niño. Menciona que las preguntas de los
curiosos sobre si ha visto fantasmas son frecuentes y afirma que cada una de
las historias es verídica.
“Si no pones atención, no ves nada, pero si te quedas en ciertos lugares
o ciertos horarios, se llegan a ver cosas. De hecho, nos ha pasado a todos los
que trabajamos aquí. Hay gente que es muy común en el último terreno que dicen
que se aparece un niño, entonces nos preguntan si es cierto que se aparece el
niño. Sí, porque muchos lo hemos visto”.
El niño,
sombras y un espectro de color amarillo con ojos totalmente negros, son solo
algunas cosas que el sepulturero ha visto mientras labora en el cementerio
municipal de Ocotlán. Afirma que a
pesar de esos malos ratos, laborar en el recinto es algo normal para él y que
al fin de cuentas es una manera más de ganarse el pan de cada día.
Personas
como Jorge y Sergio Antonio son
claros ejemplos de que la muerte también provee, que de la muerte también
se vive.
Edgar Gamiño
No hay comentarios:
Publicar un comentario